Hoy tienen 5 y 1 año y medio, pero algún día serán adultos, van a salir a bailar y caminarán solos después del boliche a las 5 de la mañana. Yo también caminé sola a esa hora por calles desiertas volviendo a casa y tuve la suerte de no encontrarme en la misma cuadra con ningún loco suelto. Yo también sentí miedo y recé mientras aceleraba mis pasos para llegar sana y salva. Mientras los veo jugar y sonreír, ajenos a la maldad que existe allá afuera, pienso que nadie puede cambiar el mundo solo, pero que cada uno puede hacer algo para que sea, por lo menos, un lugar mejor para vivir.
Mi manera de cambiar el mundo es enseñándoles, desde casa, que a las mujeres se las respeta y se las trata bien, que es mejor repartir flores que trompadas y que «las damas primero». Quiero enseñarles que no hay necesidad de pegar, si sabemos hablar; que los juguetes se guardan después de jugar y que a la mesa la levantamos entre todos, que los papás saben cambiar pañales y preparar desayunos, y que las mamás también trabajan. Quiero que sepan que las cosas valen, que su vida vale y la de los demás también. Que a las chicas no se las empuja ni se las obliga a nada, que no es más macho el que hace sufrir ni el que tiene más fuerza. Que el día de mañana usen esa fuerza para ayudar a alguien a levantarse y no para someter. Quiero mostrarles que los papás tratan bien a las mamás y viceversa; y que es mejor hacer reír que llorar.
Estos chicos que hoy disfrutan del campo, alguna noche lejana van a caminar solos por la calle en plena madrugada y quizá se crucen con una chica que también camina volviendo a casa. Espero que, esa noche, pongan en práctica y se acuerden de todo lo que aprendieron en SU casa. Que con su sonrisa acompañen y con su mirada tranquilicen. Si es así, podríamos confirmar que es posible cambiar el mundo, desde casa.
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