Cuando éramos chicos, había tardes que papá llegaba a casa con una bolsa llena de chocolates. Mientras comíamos en familia, los acomodaba en forma de torre al costado de la mesa y los iba repartiendo a quienes mejor comían. Si masticabas con la boca cerrada, te daba uno; si pedías ‘por favor’ la jarra de agua te daba otro y si acomodabas mal los cubiertos te sacaba dos. No sé de dónde sacó este método, pero nadie en la mesa quería quedarse sin chocolates así que tratábamos de hacer todo bien para ganar y que no nos saque ninguno. Después, qué casualidad, todos terminábamos con la misma cantidad, nunca ninguno tenía más que otro. Años después nos confesó que se divertía muchísimo viéndonos mientras comíamos y que le daba tanta culpa cada vez que nos sacaba uno que al minuto, y con cualquier excusa, lo devolvía. Ahora sé de dónde salí yo tan culposa.
Pero hubo un día que no trajo chocolates, trajo libros, uno para cada uno. A mí me tocó uno grande y de tapa dura que se llamaba El libro de los 100 cuentos. Ahí mismo empecé una relación íntima con la lectura que al día de hoy mantengo, aunque ya no leo todo lo que me gustaría. La amistad empezó esa noche que me metí en la cama y abrí ese libro, lleno de letras grandes y dibujos. En las camas de al lado, mis dos hermanas hacían lo mismo. Puedo decir que los libros y yo somos viejos amigos, con idas y vueltas, como todas las relaciones.
Leer da alas y da libertad. Es viajar sin moverte de lugar, es la imaginación desatada y la creatividad a flor de piel. Leer es tener paciencia, es vivir otra vida por un rato y es una puerta abierta a un mundo lleno de aventuras. Cuando los veo así, acostados uno al lado del otro antes de dormir, estoy segura de que Cruz y todos sus sentidos no están en esa cama, sino en la vieja carpintería de Gepetto, haciéndose amigo de Pepe Grillo, jugando con la varita mágica del Hada Madrina y creyéndose el mismísimo Pinocho. Después de apagar la luz y de darle un beso en la frente a cada uno, alguien dice: «lo pensé mejor mamá, y cuando sea grande además de un poco gaucho y un poco mago, también quiero ser un poco carpintero».
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