#MartesDeRelato

DONDE TODO COMENZÓ

Son las 6.43 am, apenas hay luz. Lo sé porque siempre se cuela el mismo rayo por la cortina que -aunque insista- nunca puedo cerrar con la precisión que me gustaría. Mi brazo, a 90 grados, sostiene a un bebé que duerme plácido pero que durante la noche me despertó siete veces. Las conté. Algún día se la voy a devolver. Tal vez cuando vuelva de bailar a las 5 am y yo lo despierte a las 9. Pero falta mucho para eso. No hay gallo que canta puntual pero, con los ojos todavía cerrados y mi brazo dormido, escucho la serenata de animales. Una vaca que muge a lo lejos, el trote de un caballo, dos pajaritos que se declaran su amor en la rama que da justo a mi ventana. El motor de un tractor me sobresalta. Quiero levantarme pero -tres hijos después- aún no encontré la receta infalible para hacerlo sin que se despierte. Desde este lugar al que se llega por un camino de tierra con varias curvas, cruzando un guardaganado, pasando por una avenida de eucaliptos, empecé a escribir este blog, tres años atrás. Cada vez que vuelvo a este escenario donde todo comenzó, mi corazón late diferente. El mío y el de ellos también.

Todos tenemos un lugar en el mundo. El de ellos es acá y entonces el mio también. En este lugar los desayunos huelen diferente, no sé si es porque se toman cerca de la chimenea o porque se disfrutan sin prisa. El gallinero es el spot más deseado. Calzarse las botas para que no se mojen las medias con el rocío de la mañana y correr hasta ahí con la ilusión de volver con un manojo de huevos entre las manos es -para ellos- el mejor plan del mundo. Huevo revuelto, omelette o huevo duro, da igual. Lo que cuenta es que son huevos que ellos mismos juntaron con sus manos, no sin antes agradecer a la gallina que – generosa- los empolló. De los arboles cuelgan naranjas, mandarinas y pomelos, y esta es la próxima parada. La cuestión es cómo agarrarlas. Dando un saltito certero, haciéndose caballito entre ellos o trepando, nomás. Esta última opción es la que siempre eligen. Desde lejos, pero no tanto, me gusta ver cómo se las arreglan para dar con la fruta. Escucho sus tácticas y estrategias y celebro el triunfo cuando sus manos -finalmente- atrapan el objetivo.

Este lugar es leña que se quema en la chimenea, olor a mandarina en la mano y mates a deshora. Es atardecer como acuarela, noches estrelladas y bichitos de luz. Cuando me quiero dormir, con el mismo brazo a 90 grados que sostiene al mismo bebé que duerme plácido, una lechuza hace su sonido y un par de grillos juegan a la mancha en la galería.

Es acá el lugar en el mundo de mis hijos, es acá donde, inspirada por sus colores, aromas y sonidos, todo comenzó.

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1 Comentario

  • Comentar Ceci Alemano 17 septiembre, 2019 at 20:54

    ????????????

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