#MartesDeRelato

EL VOLANTE DE TU VIDA

Manejar sola con estos dos atrás puede ser tan tormentoso como el cielo que asoma de fondo. No podía, no me animaba, hasta que un día dije basta y me subí al volante, con estos dos atrás. Paradójicamente, entonces, también, me subí al volante de mi propia vida.

Las excusas eran de todas las índoles: pinchar goma en el medio de la Panamericana, que uno llore hasta vomitar, o perderme, que se haga de noche y quedarme sin batería en el celular. Fantasmas que uno mismo crea y alimenta tanto que se vuelven enormes y les empezamos a tener miedo. Todas estas escenas las dramaticé en mi mente de una manera tan real que prefería ir caminando antes que subirme al auto sola, con los chicos atrás. Después resultó que todos esos fantasmas que había creado con mi mente, de a uno se hicieron realidad porque -claro- si uno piensa mucho en algo, después se manifiesta. Pero lo que cuenta es que un día dije basta y me sacudí los fantasmas de encima. Sola con dos chiquitines y un par de bártulos más, ubiqué a cada uno en su sillita, abroché cinturones, me senté adelante, respiré y puse primera. Si me encantaba manejar sola, ¿qué tan diferente podía llegar a ser con los chicos atrás? No había manejado diez minutos cuando encontré la respuesta a esa pregunta: abismalmente diferente.

Tengo hambre, tengo sed, me aburro, cuánto falta; un bebé que se pone a llorar desconsolado, un hermano que lo pellizca para que pare de llorar y un bebé que llora más fuerte todavía. Un chupete que vuela por los aires y que se cae por la ventana. Adiós para siempre, chupete. El mismísimo drama se hizo presente en ese auto, ese día. No tengo otro chupete encima y lo único que quiere el bebé es un chupete. Faltan 50 km para llegar a destino y tengo dos chiquitos gritando atrás. Ay, qué linda es la maternidad, a veces. Pienso que quizá la música puede calmar un poco las aguas y pongo las Canciones de la granja, haciendo uso de mi primer as bajo la manga. Con chicos siempre hay que tener varios ases bajo la manga. El de la música duró un abrir y cerrar de ojos. Puede fallar. Cuanto más alto pongo la música más llora uno, y más grita el otro. El llanto se transforma en tos y después de eso ¿qué viene? Genia, adivinaste. El vómito divino de la mamadera que se había tomado hace media hora, justo antes de salir. De nuevo, qué linda puede ser la maternidad, a veces. La escena dantesca de un auto con música a todo lo que da, un niño gritando y tapándose la nariz, un bebé llorando todo vomitado y una madre con ganas de frenar al costado del camino, abrir la puerta y salir corriendo. Muchas otras veces había querido salir corriendo, pero nunca tanto como ésta. Entonces me acordé de esa frase que dice que el humor puede ser el mejor antídoto, o la mejor manera de salir airosa de situaciones incómodas, entonces mis ganas de llorar se transformaron en unas enormes ganas de reírme. Y me reí, a carcajadas, de la escena que estaba viviendo sobre ruedas, sola y con estos dos atrás. El sol caía y el cielo se pintaba de rosa, de celeste y también de gris. Entre las risas, y las lágrimas que a veces son consecuencia de esas risas, pude aislarme de todo y contemplar esa otra escena afuera del auto, la de la naturaleza despidiendo el día. Lo mejor de reírse es que es contagioso. ¿Viste cuando ves a alguien riéndose por la calle y te encontrás riéndote vos también? Bueno, eso pasó, esa tarde rosa de domingo en ese auto con olor a vómito. Y entonces éramos tres riéndonos, ninguno sabía bien de qué, pero nos reíamos.

La paradoja de todo esto es que, como un efecto dominó, animarme a subir al auto con los dos atrás, me empujó a hacer muchas cosas más que no hacía, por miedo a enfrentarme con esos fantasmas que había alimentado en mi mente. Agarrarme del volante con ellos atrás me volvió más valiente y atrevida, me confirmó que puedo conseguir lo que quiero si de verdad lo quiero, me ayudó a confiar más en mí en un montón de otros aspectos y recién ahí me sentí libre, liviana y segura. Recién ahí me destrabé y pude empezar a cumplir sueños. Agarrar el volante del auto es lo mismo que agarrar el volante de tu vida y direccionarla para donde quieras, sin límites; sabiendo que los fantasmas pueden convertirse en realidad, pero con la tranquilidad de saber que uno es capaz de ganarles la batalla.

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