#MartesDeRelato

RECUERDOS DE NIÑEZ

Tengo recuerdos firmes de niñez. Firmes porque aparecen con claridad en mi mente, o en mi corazón, donde sea que se guardan los recuerdos. Hay una casa con ruido, un papá que silba desde la entrada cuando vuelve de trabajar con su portafolios negro en la mano, una mamá que nos abre la puerta cuando volvemos del colegio y se sienta a tomar el té. También hay veranos eternos cerca del mar y un perro negro que se llama Pascual. De grande -sólo de grande- descubrí que no me acuerdo bien qué regalos me hicieron de chica, pero sí me acuerdo bien la manera en que me hicieron sentir.

Entonces de grande -sólo de grande- me di cuenta de que mis hijos tal vez tampoco se acuerden con tanta claridad qué les regalamos, o tal vez sí. Hay algunos regalos que no se olvidan. La llegada de una mascota, por ejemplo, no se olvida. Yo me acuerdo con todos los detalles y todos los sentidos la primera vez que vi a ese perro que papá un día nos trajo en una caja de cartón y que nos acompañó -a mis hermanos y a mí- toda nuestra infancia. Pero están esos otros regalos que no vienen en caja ni tienen moños ni papel de envolver. No tienen pilas ni luces. Pero lo más importante es que no se rompen nunca, quedan vagando en la mente o en el corazón, donde sea que se guarden los recuerdos. Son abrazos con olor a colonia, como la que usaba mi papá, y esas tres pecas que tiene en el hombro y que recuerdo bien porque era lo que miraba cuando me aferraba a él mientras me enseñaba a nadar. O esos cuentos llenos de fantasía y voces y finales atrapantes. Son caricias de mi mamá cuando estuve enferma y esa torta rosa que me hizo cuando cumplí 5.

La misión más importante que tengo con mis hijos es que ellos se acuerden de cómo los hice sentir. Queridos y aceptados, más allá de todo. Ojalá se acuerden de lo lindo, y no tanto de lo otro. Porque también está lo otro. Errores, injusticias, perdones. Me gustaría que se acuerden de las casitas que hacen con los almohadones, de cómo los tapo antes de dormir y del beso en la frente. De los viajes con canciones y de las carreras a caballito. Ojalá se acuerden de mi voz cuando canto y no cuando grito. Bueno sí, a veces grito. De los abrazos, las miradas y las risas. Los aromas y los sonidos. También de los colores.

Ojalá estemos construyendo recuerdos cálidos que pululen siempre en su mente o en su corazón, donde sea que se guarden los recuerdos. Ojalá estemos cuidando su niñez. Feliz día para nuestros niños. Feliz vida para ellos.

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