#MartesDeRelato

CONFESIONES DE EMBARAZO

Algunos relatos más atrás anuncié mi embarazo con esta misma remera y una panza menos abultada. Muchos síntomas estaban desapareciendo y empezaba a sentirme -casi- normal. Dije casi. Un par de meses después vuelvo a sacarme la misma foto con la misma remera, bastante más estirada -igual que la piel y la paciencia- para hacerte 6 confesiones de embarazada, una por mes que llevo de panza:

1. Todavía me sigue dando arcadas la pasta de dientes de menta. Si la uso, vomito, así que desde hace algún tiempo le tomo prestada a mis hijos su pasta de frutilla. Creí que ese era uno de los síntomas que desaparecían con el correr del tiempo, pero sigue instalado entre mis días.
2. No me gusta que me toquen la panza. Mi panza es mía, puedo prestársela a mi marido y a mis hijos, pero la mayoría de las veces es mía. En general, y sin mala intención, la gente tiende a querer acariciarla y como mis hormonas son un tanto antipáticas puedo llegar a ser mala onda. Te pido mil disculpas, pero NO me toques la panza.
3. Llegamos a ese momento en el que el ombligo se transforma en una cosa amorfa y extraña que no reconozco. Hay mucho de amorfo y extraño que no reconozco, pero nada como el ombligo. Bueno, mis dedos también. Ya va siendo tiempo de que me quite la alianza.
4. Hago valer mis derechos desde el mismo día en que el test me dio positivo. Aunque moleste o incomode, cargar con panza me regala una sana impunidad: la de hacerme respetar y luchar por lo que me pertenece. Esto debería ser siempre, con panza o sin.
5. La gente me sonríe más. A veces dudo, ¿la conozco de algún lado? No, es que las embarazadas despiertan algo en el otro. Una mezcla de ternura y compasión, una pizca de empatía, dos dosis de admiración y un dejo de pena. También  despiertan risa y miradas de todo tipo. Necesito una cintita roja. Ya.
6. Si estás embarazada y diosa, te tengo un poco de envidia.  A veces pienso que esa «luz» especial que se dice tienen todas las embarazadas, a mí me esquivó completamente.
Más allá de estas confesiones, debo decir que cada día que pasa y cada cambio que voy notando en mi cuerpo, me hacen pensar que -definitivamente- las mujeres tenemos una fortaleza de otro planeta. Me considero una afortunada por poder estar embarazada, pero no es fácil ver cómo el cuerpo muta y las emociones se alteran. Las propias y las ajenas. Y una tiene que seguir con su vida como si no cargara vida. Hay que agacharse a levantar juguetes, hay que bañar hijos, hay que alzar y abrazar, hay que trabajar, hay que buscarse tiempos para una y repartirse entre mil tareas más. Hay que tratar de verse linda y tratar de entrar en la ropa, hay que subir y bajar. Hay que ir al baño mil veces por noche y dormir de costado porque sino te mareás. Hay que lidiar con miedos y miradas. Hay que entregar el cuerpo, porque el cuerpo ya no es de uno.
¿¡Todo para que después digan que el niño se parece a su papá!?
Me alegra pensar que -al final- todo vale la pena. Me gusta saber que -al final- hay recompensa.
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