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MATERNIDAD & LEY DE MURPHY

La Ley de Murphy dice que si algo puede salir mal, va a salir mal. No sé quién es este Murphy pero me cae bastante antipático. Es que, a partir de su teoría, la tostada siempre cae del lado del dulce y entonces el piso queda todo pegoteado y antes de que puedas agarrar un trapo húmedo para limpiarlo aparece tu hijo y pisa y toca todo y encima después tiene el tupé de salir corriendo y pegotearte el piso de toda tu casa mientras va dejando marcadas sus huellas digitales del color de la mermelada de durazno (así, todo de corrido sin comas porque da la sensación de agotamiento, ¿o no?). Repasemos, entonces, algunas máximas en donde esta ley mala onda está tan tan tan vinculada a la maternidad, que a veces duele…

1. Cuando le cambiás el pañal a las 4.37 am, en medio de la oscuridad de un cuarto compartido y te da fiaca agarrar el cambiador porque no podés ni pensar del sueño que tenés pero sabés muy bien cómo maniobrar en las penumbras y cómo cambiar un pañal en tres segundos con los ojos cerrados, es cuando ocurre la catástrofe nocturna. No sé qué opinás, pero una de las peores tragedias que te pueden pasar de noche es que las sábanas se ensucien o se mojen y haya que cambiarlas o -no sé qué es peor- manotear una toalla, acomodar un poquito y seguir. Si tu hijo vomita en medio de la noche va a vomitar sobre sus sábanas. Sabelo. Y si a tu bebé se le da por ensuciar su pañal de noche lo va a hacer acompañado por un chorro de pis en tu cara que te va a despabilar las ideas y hasta capaz después te de insomnio. Todas tus sábanas mojadas y cagadas y tu cara llena de pis a las 4.37 am. Divino.

2. Lograste dormir a ese bebé que solo se duerme en brazos. Le levantás una pierna y la dejás caer. Si cae con toda la Ley de gravedad (otra ley bastante mala onda después de los 30) a cuestas, sin resistencia, te empezás a creer un poco mil mientras vas imaginando todo lo que vas a hacer mientras dure la gloria. Caminás sigilosamente sin dejar de cantar ese arroró que hizo que ese bebé entrara en un sueño profundo. Llegás a su cuna, metés panza para poder agacharte sin que después te duela la espalda (de esto me di cuenta una hernia de disco después) y lo acomodás. Los brazos te quedan por debajo de su cuerpo y estás ahí agachada, con el traste para afuera, metiendo panza y rezando para que no se despierte. En el pelo, un rodete, siempre. Medio que empezás a chivar, la posición te incomoda pero no hay tiempo de quejas. Tenés que desplegar tácticas y estrategias para poder sacar los brazos sin hacer demasiado escándalo, pararte sin que te tire el ciático y abandonar la trinchera, en lo posible victoriosa. Vas moviendo tus brazos milimétricamente, el bebé respira plácidamente dormido, te pica la cabeza pero no podés rascarte, seguís con ese movimiento, ya queda poco, estás a punto de liberarte. De pronto llega ese segundo mágico en que tus brazos vuelven a ser tuyos, te parás sin hacer ruido, preferís no respirar. Es que la respiración -a veces- puede ser fatal. Y entonces ese bebé al que la pierna le cayó estrepitosa, abre sus ojos somnolientos y te sonríe. Ya durmió su siesta precoz de diez minutos y está fresco como una lechuga recién cosechada.

3. Tus hijos son de esa clase de niños amorosos que gustan amanecer antes que el sol, pero solamente los sábados, domingos y feriados. El resto de los días, cuando hay que madrugar, no hay forma de despertarlos. Cuando los atás en sus respectivas sillitas de auto y finalmente pudiste poner primera y avanzar, alguno va a querer hacer pis. Justo que estás llegando tarde. Y justo cuando saliste sin una muda de ropa para el Benjamín de la familia, ese día su pañal explota y no tenés otra cosa que ponerle. Y siempre hay alguien muy oportuno que comenta maliciosamente: ¿pero cómo? ¿No le trajiste una muda de ropa al bebé? Cuando estés en ruta el chupete cae en los pies y nadie puede levantarlo y entonces justo se ponen todos a llorar y el Ipad se queda sin batería. Apretás el acelerador, respirás hondo y subís el volumen de la música. Más alto, más alto. Ahí, justo cuando no escuchás los llantos, ahí está bien.

No te la agarres con el primero que se te cruza. No te la agarres con tu marido. Toda la culpa la tiene Murphy.

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