Para poder estar así de tranquilas, desayunando a orillas del rio, cada uno dejo una decena de indicaciones, algún que otro papelito pegado en la heladera y un par de recordatorios. Creíamos que así, dejando todo «en orden», íbamos a poder no hablar de hijos, pero después nos dimos cuenta de que era imposible. Estamos atravesadas por ellos. Con algunas de ellas me he rateado del colegio y con otras nos escondíamos para fumar en el recreo del mediodía en quinto año. Ellas siempre se rieron c o n m i g o de mis letras gordas, las más feas que te puedas imaginar, y tenemos en nuestro haber miles de anécdotas de todos los colores. Hoy las anécdotas que más nos unen no tienen que ver con amoríos ni con andanzas adolescentes, sino con historias de maternidad. Cuando digo que «estamos atravesadas por ellos», lo digo en sentido literal pero también emocional. Nuestros cuerpos no son los mismos, pero tampoco nuestras formas de pensar y de sentir. La última vez que pisamos este lugar cruzamos ese rio a nado, para llegar a la playa que está del otro lado. Ya no estamos para esos trotes, quizás esta sea la prueba más evidente de estar atravesadas por ellos.
La maternidad compartida con amigas es como estar frente a un libro abierto, en donde puedo rescatar lo que me sirve y dejar pasar lo que no. Lo que no me pasa a mí, le pasa a otra, y viceversa, y en este retroalimentarse, en este ida y vuelta; está la riqueza. Mis amigas me enseñan a ser mamá, mucho más de lo que me puede enseñar un pediatra o las redes sociales y sus tribus. De una aprendo a tener más paciencia, de otra aprendo a desdramatizar los pequeños dramas cotidianos. Una me enseña a ser más expeditiva y otra me enseña a que la culpa no me haga bullying. Mientras estábamos desconectadas del mundo en esa playa, sin señal ni red wifi, hubo quien me animó a desconectarme también de mis propios miedos. La que en el colegio entregaba en blanco las pruebas de matemática, hoy me enseña a cultivar una mirada que siempre tienda a sumar, y no a restar: la que era la más rápida en gimnasia, me invita a vivir una maternidad con más pausas y menos apuros; la que hablaba bajito la primera vez que la vi en primer grado, este fin de semana me incentivó a hablar alto para contar mis inseguridades; y la que compartía conmigo el pool del colegio, hoy comparte conmigo la maternidad de varones. De la que siempre fue mi «melli»-porque dicen que somos parecidas- aprendí, estos días, a llamar a las cosas por su nombre; y con mi compañera de cuarto nos desvelamos dándonos consejos sobre «niños que todavía se despiertan de noche». También está la que avanza segura y dominante por la vida, y me contagia lo liberador de que cada vez me importe menos lo que puedan pensar los demás.
Sinergia, cofradía, amalgama, simbiosis. Amistad. Descubrir lo lindo de cada una de ellas como mamás para poder ponerlo en práctica con mis hijos. Ya no compartimos cigarrillos a escondidas o fugas premeditadas del colegio. Hoy compartimos algo mucho más grande, algo que nos atraviesa. Hoy compartimos maternidad.
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