#MartesDeRelato

UN DÍA DE MIÉRCOLES

Vengo de unos días algo complicados, de corridas, idas y venidas, cansancio, malestares físicos, poca paciencia y algún que otro imprevisto que nos trajo por unos días a Buenos Aires, dejando la paz y la calma del campo. En esos días límite, días que una quisiera borrar de un plumazo y volver a empezar, es que valoro más que nunca a esas personas «satélite» que están cerca nuestro, siempre dispuestas a dar una mano desinteresada cuando las cosas, justamente, se nos van de las manos. Una madre, una suegra o una hermana, personas en la que una confía ciegamente y en las que puede depositar hijos con los ojos cerrados, sabiendo que los cuidarán tan bien como nosotras.
Hoy mi día arrancó 7.30 am cuando Cruz vino al cuarto y me dijo «mamá, ya es CASI de día, despertate, quiero jugar». El sol remolón de invierno todavía no había asomado pero el día para él, y por ende para mí, ya había empezado. Con los ojos cansados por un bebito que me hizo despertar varias veces en la noche, me levanté y, tratando de poner lo mejor de mí, fui a prepararle su chocolatada con galletitas de todas las mañanas. En el camino tropecé con juguetes que descansan en el piso, me encontré con una cocina colapsada de platos y cuando quise agarrar la leche se me cayó al piso dejando su estela blanca por todo el lugar. Cruz vino corriendo, pisó todo con sus medias y se fue de lo más divertido dejando sus huellitas pegoteadas por toda la casa. En el interin se despierta Blas, que me llama desde su cuna cada vez con más énfasis a medida que los minutos van pasando y yo no voy a su encuentro, Es que necesito limpiar esa cocina y todas esas huellitas divinas que mi hijo dejó adrede por toda la casa. Cruz se aburre, no sabe estar puertas adentro, trepa sillones, tira almohadones, saca todos sus juguetes de los canastos, se cae, se golpea, llora. Lloran los dos al mismo tiempo en una casa desordenada frente a una madre sola con trabajo pendiente y que también quisiera llorar, Lindo panorama, lindo día de miércoles.
Cuando creí que colapsaba, apareció un ángel. Sonó el timbre y me encontré con Lucy, la persona que trabaja en lo de mi suegra hace más de 30 años y la que quiere a mis hijos como una abuela. Con su sonrisa amable, su mirada amorosa y su voz amena, me abrazó y me dijo: «qué pasa Mechita, acá estoy para darte una manito».  Justo lo que estaba necesitando en esa mañana de caos y agotamiento. Una palmada en la espalda, una persona en armonía y ayuda. Ella también forma parte del clan de personas satélite que vienen a salvar las papas cuando una más lo necesita. No sólo me ayudó a ordenar la casa, también bajó las revoluciones en mis hijos que, con su sola presencia ya cambiaron la actitud, y además se los llevó para que yo pudiera hacer todo lo que tenía que hacer.
Con buena música me puse a trabajar, a escribir, cambié mi energía, perfumé mi casa y dejé entrar ese aire primaveral que me recuerda que en breve todo vuelve a florecer, que llegan los días lindos y las noches de verano tomando una cerveza con buena compañía en alguna terraza bajo un cielo estrellado. Larga vida a las «personas satélite» y también a esta primavera anticipada que sabe cómo transformar un día de miércoles en el mejor de los días. Es que no todos los días son lindos, pero siempre hay algo lindo todos los días.
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