#MartesDeRelato

TENGO UN ADOLESCENTE DE 4 AÑOS

Cruz es sonriente, algo tímido al principio, observador, sensible, curioso, inquieto y muy cariñoso. En los últimos meses se sumaron a esta lista algunos adjetivos más, no tan simpáticos, que a veces me hacen sentir que convivo con un niño al que lo sorprendió una adolescencia precoz. Cierra la puerta del baño y pide que no entremos sin golpear, me enfrenta cuando lo reto, me desafía, tiene respuestas y frases que me descolocan, pone cara de canchero cuando le hablo, no me responde cuando le pregunto algo y tampoco hace caso. Y la última; ya no soy mamá para él, ahora soy Mechi. Ok chiquito, estás sacando lo peor de mí.  Que mi propio hijo me mire con cara de nada cuando le hablo seria y con mi peor cara de mala, debo confesar que saca lo peor de mí.

Parece que se convirtió en un rebelde que pega portazos, se enoja y se ríe con la misma pasión. Con sólo 4 años me sorprende verlo como un ser autónomo, con ideas propias, razonamientos lógicos y haciendo preguntas que muchas veces me dejan sin palabras. Supongo que la llegada de su hermano cambió su mundo por completo y tiene que ver con este cambio. Ahora es hermano mayor y quizá a veces le exijo cosas para los cuales todavía no está preparado. Quizá me extrañe, necesite que lo miremos un poco más, ser el centro de atención por un rato, como lo fue tiempo completo durante 3 años y medio, hasta que llegó otra persona a casa y la atención cambio de rumbo. Supongo que debe ser traumático para los hermanos mayores dejar de ser el único, el especial y amigarse con la idea de que de ahora en más y para siempre, todo es compartido. Creo que no viene mal cada tanto ponernos en los zapatos de estos hermanos mayores que en realidad son chiquitos a los que la vida le dio el mejor regalo que pueden recibir, sólo que todavía no saben verlo.

Y este hijo que durante el día hace la suya, no me necesita y me enfrenta cada vez que puede; cuando cae la noche da un giro de 180 grados y vuelve a ser el Cruz de siempre, el que apoya la cabeza en mi falda y me pide caricias, el que mira dibujitos mientras yo estudio sus gestos, el que abre los ojos maravillado cuando su papá le cuenta el cuento de buenas noches y el que me pide que me quede con él en su cama «un ratito mas, hasta que me quede dormido». Y cuando escucho su respiración entregada al sueño y creo que ya se durmió, me paro para irme y escucho: «hasta mañana mamá linda, te quiero mucho». Cierro la puerta del cuarto y sonrío, porque vuelvo a ser «mamá» y porque confirmo que todavía es un niño, mi niño, por varios años más.

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