#MartesDeRelato

TODOS LOS PERROS VAN AL CIELO

Hace menos de un mes se nos murió Poncho, el cachorro que, en enero, le regalamos a Cruz. Poncho llegó a casa porque tanto Kike como yo crecimos con perro y teníamos la ilusión de que nuestros hijos vivieran en carne propia tan linda aventura. Estamos convencidos de que las mascotas, además de la compañía y del amor desinteresado que regalan, son también grandes maestros para los más chicos. Entonces, sin pensarlo demasiado, lo fuimos a buscar.

Esta es la foto del día que Poncho, formalmente, se convirtió en miembro de la familia. Si miran la cara de Cruz, no hay mucho que agregar. Tal como pensábamos, este animalito trajo muchas sonrisas y alegrías, algunos dolores de cabeza también, pero como siempre pasa, la mente y el corazón «editan» y al final sólo quedan los buenos recuerdos.

Pero un viernes feriado, Poncho se fue «al cielo de los perros». Ese día amanecimos temprano, como todas las mañanas. Era feriado, sí, pero cuando uno tiene hijos los feriados ya casi no existen. Cerca del mediodía Poncho desapareció, no lo encontrábamos por ningún lado. «Ya va a aparecer», pensé, sin siquiera imaginar que, en realidad, no iba a volver. Finalmente Kike lo encontró tirado, no muy lejos de casa. Alguien lo había pisado. Me acuerdo de estar terminando de darle de comer a Blas y ver, por la ventana, cómo lo traía alzado y por unos segundos creí que todo estaba bien, hasta que, en sus ojos, vi todo lo contrario. «Me lo pisaron», me dijo, con una tristeza que hace mucho no veía en su mirada. Es que todos nos habíamos encariñado tanto con él. ¿Cómo podía ser? ¿Por qué? ¿Y ahora qué le decimos a Cruz? Éste era nuestro mayor interrogante. ¿Cómo se le explica la muerte a un chico de 4?  ¿Cómo le hacemos entender que Poncho no va a volver nunca más?

Sé muy bien lo que se siente perder a un perro. Me pasó a los 13 años, con Pancho; y a los 25, con Pascual. Sólo quien tuvo perro conoce la sensación. Ese día me tocaba a mí decirle a mi hijo, con el corazón roto, que su perro se había ido para siempre.  Decidimos que lo mejor era contarle un cuentito lindo en el que Poncho se había ido al cielo de los perros. Le dijimos que las mascotas vienen por un tiempo a las familias para hacernos reír, emocionar y divertirnos. También para enseñarnos mucho. Pero después tienen que seguir su camino. Le dijimos, ademas, que lo iba a encontrar en las estrellas y en las nubes, y que si lo extrañaba mucho, sólo tenía que mirar para arriba.

Lo que sigue fueron muchos abrazos y besos, lágrimas y charlas en donde nos acordamos de tantos momentos lindos y graciosos que compartimos los 5. Pasó casi un mes desde aquél viernes feriado, y no hay día que Cruz no se acuerde de él. Lo dibuja, lo llama, lo nombra, aunque ahora con menos lágrimas y más sonrisas.  Creo que su paso fugaz no fue en vano. Le enseñó a mi hijo, entre otras cosas, el valor de la amistad y el de dar sin esperar nada a cambio. También a valorar lo que uno tiene. Y Cruz, a su vez, viviéndolo de una manera tan sana y natural, nos enseña a nosotros, los grandes, a vivirlo de la misma forma. No sólo los perros vienen a enseñarnos, los chicos también.

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