Están las madres que cocinan croquetas de quinoa y kale, y las que improvisan unas regias bombas de papa con el puré que sobró anoche. A la hora del té, las que tienen un don preparan muffins de ciruela orgánica, y, el resto, simplifica con galletitas de paquete mojadas en Nesquik. Las que prefieren la papilla miran con horror a las fundamentalistas del método BLW. En las tardes de lluvia hay quienes hacen masa casera, y también están las que prenden la tele y a otra cosa mariposa. Hay madres que persiguen a sus hijos con el alcohol en gel y hay quienes, más relajadas, comulgan con la filosofía de que ensuciarse hace bien. Algunas llevan la bandera del colecho y recitan muy orgullosas todos sus beneficios, y si tu hijo duerme solo desde los tres meses, de golpe dudás. Algo parecido pasa con la forma de nacer. No conozco una sola madre que haya tenido cesárea que no sienta, al menos, un dejo de tristeza, mientras escucha el relato de parto de quien parió con dolor y sin anestesia como una leona salvaje. Lo triste, en realidad, es que esa tristeza es provocada por otras madres que no saben que a las palabras, a veces, no se las lleva el viento, y pueden lastimar. La tan mencionada lactancia no se queda afuera. Según la Organización Mundial de la Salud hay que sostener la lactancia hasta los 24 meses. Ok, vení vos a dar de mamar, OMS. Las que lo consiguieron se regodean en ello y aquellas que no pudieron se sienten pésimo. Porque de verdad, hay quienes NO pudieron y eso las persigue cual fantasma. También las persigue la culpa, se sienten en falta.
No me gusta esta versión de madres extremistas, que compiten, que miran de reojo y que juzgan. Prefiero las que son empáticas, las que pueden ponerse en el lugar del otro y las que te dan una mano. Las que entienden que cada una hace lo que puede con lo que tiene, y que no hace falta levantar el dedo acusador. Es simple, no sé porqué lo complicamos tanto. Es hora de relajar, de bajar la guardia, de mirar para adentro y no tanto para afuera. De dar lo que podemos y de soltar lo que no pudo ser. De dejar de competir entre nosotras, porque ahí están ellos, mirándonos y aprendiendo. Quizás unidas lleguemos más lejos.
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