Una de las conclusiones que saqué en estos 4 años de mamá es que tener hijos me convirtió en mejor persona. Y esto se dio desde el día 1 que tuve a mi hijo en brazos y mágicamente me di cuenta de que mis prioridades cambiaron para siempre. Dejé de ser lo más importante, el ego se esfumó y el centro de mi mundo lo empezó a ocupar otra persona. Lo que yo quería o necesitaba dejó de tener tanta importancia, pasé a un segundo plano porque lo que realmente contaba era otro ser humano que dependía enteramente de mí para vivir. Esto me parece un crecimiento personal SUBLIME, casi divino.
Después, con el tiempo, me di cuenta de que los hijos nos vuelven mejores personas porque caemos en la cuenta de que nos convertimos en su ejemplo. Ser ejemplo de alguien es una enorme responsabilidad. Desde lo más chiquito, como las reacciones que tenemos o las palabras que usamos, hasta las actitudes y los hábitos. Ellos nos observan desde siempre, aunque no nos demos cuenta, y un día se convierten en nuestro espejo. Nos miran cuando hablamos, cuando tratamos a los demás, cuando saludamos, cuando agradecemos, cuando sonreímos, cuando nos enojamos, cuando somos amables y cuando no. Y un día se nos parecen. Es ser consciente de esto lo que, creo, nos obliga a ser mejores personas. Sus ojos no nos pierden pisada, lo que nosotros hagamos será su legado y lo que seamos con los demás es como ellos serán con los demás, algún día.
A mis hijos quiero enseñarles a ser buena gente, a preocuparse por el otro, a decir gracias, a pedir perdón cuando haga falta, a valorar lo que tienen, a valorarse a ellos mismos y a valerse por ellos mismos. Quiero que aprendan dónde está lo verdaderamente importante y qué es accesorio, que aprendan a cuidar al prójimo y a la naturaleza. Que se pongan en el lugar del otro, que sean humildes y trabajadores. Quiero que sean gente de bien, física y emocionalmente sanas. Y esto es un trabajo de hormiga que empieza desde el momento que llegan al mundo. Después, cuando sus ojos se abren y empiezan a observar y a escuchar, nuestro trabajo como padres se vuelve más intenso porque sabemos que hay una mirada que nos sigue y que aprende de cada gesto. Porque cada mínimo gesto nuestro marca su camino a seguir.
De vez en cuando los hijos se nos parecen. Lo importante es saber que hay cosas que se aprenden en casa, que es cuando son chicos que tenemos que plantar en ellos esa semilla para que un día crezcan y vuelen como personas con un lindo corazón. Ahí nos darán la primera satisfacción y podremos quedarnos tranquilos, chapoteando en el regocijo de un trabajo bien hecho. Como leí por ahí, la palabra convence, pero el ejemplo arrastra. De nosotros depende.
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