Platos de comida que se enfrían, noches de sueño interrumpido, notas que quedan por la mitad, despertares nocturnos para cambiar sabanas mojadas y dar abrazos de consuelo, termómetros que levantan temperatura, un bebé que se duerme en brazos porque es sólo ahí, protegido, donde se siente un poco mejor; visitas al pediatra, pasadas por la farmacia, golpes y guardias, suturas en la ceja, llantos de dolor, ojitos cansados y vidriosos. Su cuerpo calentito y, el mío, en estado de alerta y tensión.
Cuando hay hijos, hay días en que la vida «se suspende hasta nuevo aviso», todo queda en pausa, en ese mismo lugar donde la dejé cuando mi instinto de madre leyó entre líneas que algo no andaba bien. Son días en los que amanece y ya sueño con que sea de noche para que cuerpo y mente abandonen, por un rato, el estado de vigilancia y puedan entrar en un descanso franco que se interrumpe con algún llanto. Entonces todo vuelve a empezar. Son días de planetas desalineados que se enfrentan con caricias y besos, brazos y abrazos, canciones que alivien, llantos que se calman a upa y camas compartidas. En esos días nada importa más que ese hijo con mirada caída y cuerpo caliente que lo único que necesita es estar con su mamá. Y esa mamá, lo único que quiere, es que esa mirada vuelva a sonreír, esa frente se entibie y vuelva a ser el mismo de siempre. Momentos en donde una pondría su propio cuerpo para evitarles cualquier dolor y en donde se extraña esa salud que -porqué sera- insistimos en dar por sentada.
Son días que ubico entre paréntesis, días largos y cansadores, donde el cuerpo duele, las ojeras se marcan y el alma se cae al piso con cada lágrima que se escapa de sus ojos. Son días en los que hay que ESTAR, con todo lo que eso implica. Mientras te saco esta foto, niño de frente caliente, nariz que chorrea y garganta que raspa; sueño con que despiertes sonriente y pizpireta, que vuelva el Blas inquieto y andariego, el que baila con la música y el que hace poco aprendió a aplaudir. Estar en cuerpo y alma, entregarme, acompañar, curar con abrazos y canciones. Olvidarme de todo lo demás, porque todo lo demás puede esperar.
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