#MartesDeRelato

DOS RAYITAS. POSITIVO

Me enteré de que iba a ser mamá un lunes de invierno. Había llovido todo el día y volvía en colectivo a casa pero decidí bajarme una parada antes para pasar por la farmacia. Lo había sospechado el fin de semana. Me acuerdo que hacía frío y llovía mucho. Ya era de noche. Entré a Farmacity con el corazón algo acelerado, agarré el test y fui a la caja a pagar. La chica que me atendió, me cobró y cuando me dio la bolsita me sonrió y me dijo, «suerte». Apenas le devolví la sonrisa. Nervios, sentía muchos nervios. Caminé las tres cuadras que me separaban de casa abajo del paraguas y enfrascada en mis pensamientos. Llegué y me fui al baño a hacer lo propio. Las manos me temblaban, torpes. Leí el prospecto con atención más de una vez, no quería fallar, quería tener bien claro lo que tenía que hacer. «Espere cinco minutos» era la indicación. Dos rayas, positivo. Una, negativo. En ese primer minuto de espera me pasó toda la vida por delante, fueron los 60 segundos más intensos de mi existencia. No esperé los cinco minutos. Al minuto y medio miré de reojo y el resultado era contundente. C O N T U N D E N T E. No había dudas, dos rayas rosas bien fuertes. Volví a leer el prospecto. Dos rayas, positivo. Una, negativo. Ahí estaban, esas dos rayitas, tan pero tan claras, que marcaban el comienzo de algo nuevo. El corazón me galopaba. «No puede ser», pensé. Miedo, incertidumbre, pánico.

La verdad es que en ese momento quise volver el tiempo atrás y hacer todo distinto. Borrar y volver a empezar. Pero ya no había vuelta atrás. Me habían dicho que quedarse embarazada no era fácil, que podían pasar meses hasta conseguirlo, que había que arrancar la búsqueda tranquila, con tiempo. ¿Y ahora? Me fui al living, prendí una vela aromática y me acosté en el piso. No sé porqué, necesitaba acostarme en el piso. En ese momento no sentí felicidad, tengo que admitirlo. Más bien lo sentí como una tremenda cachetada, inesperada y precipitada. Ya no era la misma chica que esa tarde de lluvia volvió en colectivo. Nunca más la misma. Kike tardó un rato en llegar. «¿Y eso qué es?», me dijo cuando le apunté el resultado. «Es un test de embarazo, con dos rayas», le contesté. «Y qué quieren decir las dos rayas?», me preguntó mirándome fijo. No hizo falta responderle. Me abrazó muy fuerte y se empezó a reír. Sus ojos húmedos, emocionados. Los míos también húmedos, con mucho miedo.

En ese lunes de lluvia, esas dos rayas me convirtieron en mamá. Adentro mío ya existía otro corazón que latía, además del mío. Ya nada era lo mismo, nada era como antes. Cambio absoluto y radical. Rotundo. Esas dos rayas marcaron un antes y un después, esas dos rayas significaban un para siempre. Ese lunes 18 de julio yo ya era mamá. Me llevó un tiempo amigarme con la idea. Me paralizaba la responsabilidad de cargar con una vida a cuestas, me abrumaba el «para siempre», me angustiaba lo desconocido. Pero un día le escuché el corazón. Sonaba rápido y fuerte, como el galope de un caballo. Y ahí supe que era real. Y después lo vi moverse a través de una pantalla en blanco y negro. Tan perfecto, tan misterioso, tan inexplicable. Y entonces me enamoré de él. Y dejé de tenerle tanto miedo al «para siempre». Es que ya me había enamorado, para siempre.

Un 29 de marzo esas dos rayas se hicieron carne en Cruz. Ese día empezó nuestro romance. me convertí formalmente en M A M Á y conocí el amor de verdad, el más profundo, el que te atraviesa y el que te cambia la vida.  Rotundo, radical, absoluto. Para siempre.

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