#MartesDeRelato

EL JARDÍN DEL VECINO

El jardín del vecino

En el medio de la ilustración está ella, vos, yo. No lo sé con exactitud pero creo que sus dientes están apretados, tensos, y eso es lo que hace que le duela la cabeza tan seguido. Ella no lo sabe, pero es por eso. Sus cejas están tristes, como si lo que vieran sus ojos le provocara un nudo de esos que se forman a veces en las zapatillas y que son tan difíciles de desatar. Este nudo se instala justo ahí en el hueco entre las costillas y la boca del estómago. Tiene una remera que me encanta pero no la ve tan linda como yo. También me gusta su trenza, a mí no me quedan bien las trenzas. Pero tampoco lo ve. A ella le cuesta tanto ver todo lo lindo que tiene. Lo único lindo que ve es el jardín de su vecino, florido, colorido, verde y vivo. Ella no sabe que a su vecino le pasa lo mismo, pero con el jardín de ella.

Llegué a la conclusión de que los seres humanos somos insoportablemente así. Debemos ser la única especie experta en boicotearse la propia felicidad, creyendo la mayoría de las veces que el de al lado tiene algo mucho mejor que nosotros no tenemos. De tanto mirar todo lo que tienen los demás se nos vuelve hábito no poder apreciar lo que tenemos nosotros y este hábito -estúpidamente humano y doloroso- toma las riendas y hace lo que quiere. Domina el cerebro, que no para de pensar y pensar y pensar, y entramos en ese laberinto comparativo del que después es difícil salir. Pensar de más y compararse siempre con el de al lado aniquila la felicidad.

Capaz alguna vez miraste a tu amiga soltera, la de la libertad infinita, la que sale los viernes y vuelve 5 am y el otro día duerme hasta donde quiere, la que dispone de su tiempo como se le canta, la que se toma una cerveza en una cervecería artesanal con un par de maníes los miércoles a las 19.30; justo a esa hora que vos estás enrodetada bañando a tus hijos, que se pelean en la bañadera por ver quién va del lado de la canilla. Te sentás a observarlos y por algunos segundos fantaseás la posibilidad de huir. Abrir la puerta de entrada y correr hasta donde está tu amiga sentada tomando esa cerveza. Todavía quedan algunos maníes. Llegás justo a tiempo. Ella se sentía tan sola en esa mesa, mientras escuchaba las conversaciones de la pareja de al lado y las risas a su alrededor que cada vez se hacían más fuertes. Como si fuera a propósito. Ella -sentada en esa mesa de esa cervecería artesanal- justo estaba pensando en vos, rodeada de hijos, de ruido, de vida, de alegría. En tu imaginación -mientras veías a tus hijos pelearse por el lugar en la bañadera-  la cerveza que se tomaba tu amiga estaba helada y esos maníes, crocantes. Pero cuando llegás te das cuenta de que en realidad no está tan fría como parecía y los maníes están un poco viejos. En su imaginación, la escena del baño era feliz. Añorabas un poco su jardín y ella añoraba un poco el tuyo.

A la chica de la ilustración, que sos vos, soy yo; le diría un montón de cosas. Que afloje los dientes así no le duele más la cabeza, esa cabeza que imagina jardines ajenos fantásticos.  Le diría que me encanta su remera porque le queda bien con el color de su pelo, y que esa trenza de costado le sienta de maravillas. Debe ser porque a mí no me quedan lindas las trenzas. No sé. Tal vez sí y no puedo verlo. Como ella no puede ver su jardín.

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