#MartesDeRelato

SOMOS NUESTRAS DECISIONES

Son cerca de las 12 del mediodía y cruzo una avenida hablando por celular.  No se cruza la calle hablando, lo sé. Son esas pequeñas decisiones que uno va tomando en el transcurrir del día. Voy apurada, hay mucha gente cruzando en dirección contraria. Justo cuando llego del otro lado, corto y guardo mi celular en el bolsillo. Me olvido de cerrar el cierre, tal vez porque me distraigo con otra cosa. Siempre cierro ese cierre pero ayer no. Doy 20 pasos, quizás fueron 23, y palpo mi bolsillo porque necesito mandar un mensaje. Mi celular no está. Pero si lo acabo de guardar ahí. ¿O será que lo guardé en otro lado? A veces me pasa que no sé donde guardo las cosas. Me fijo en mi mochila. Llevo muchas cosas en mi mochila. La gente pasa caminando, algunos me miran cómo diciendo ‘y a esta que le pasa’. Mi celular no está. Vuelvo sobre mis pasos mirando el piso mientras sigo palpando mi pobre bolsillo vacío. ¿Se me cayó? ¿Alguien lo sacó de mi bolsillo? Empiezo a observar las caras de quienes están parados en esa esquina. Es que los gestos, el revoleo de los ojos, la manera de parpadear, las manos incómodas que no saben qué hacer, los pies que se mueven inquietos; son detalles que pueden delatar al ladrón. Al ladrón y a cualquiera. Pasa un bondi, creo que es el 111. La persona que tiene mi celular está cerca mío, tal vez me esté mirando mientras lo busco. Pero no le importa. Decide agarrar el celular y apagarlo. Más allá de este episodio -mucho más allá- hoy quiero hablar de esas decisiones que tomamos todos los días y que nos pueden llevar para un lado o para el otro. Encrucijadas, bifurcaciones, disyuntivas que, en definitiva, nos hacen ser quienes somos. 

Tomamos decisiones todo el tiempo, todos los días. Decidimos con qué humor nos despertamos y si ese humor está medio descompuesto podemos decidir cambiarlo o no. Decidimos si saludamos al señor que maneja el colectivo o si solo pasamos la sube y seguimos, sin ni siquiera mirarlo a los ojos. Decidimos si cedemos el asiento a esa señora de 87 que se sube a ese bondi o si miramos por la ventana como si no la hubiéramos visto. Decidimos si escuchamos música en ese viaje o nos hundimos en el ruido de los pensamientos. Decidimos si devolvemos una sonrisa al que sin querer -tal vez por una frenada inesperada del bondi- nos empuja o si hacemos un chasquido con la lengua y fruncimos el ceño. Decidimos si en el café de Starbucks ponemos nuestro nombre completo o nuestro sobrenombre y si a ese café lo acompañamos con una medialuna, o no. Decidimos si le sostenemos la puerta al que sale atrás nuestro de esa misma cafetería o si pasamos nosotros y el de atrás ni idea. Con los hijos pasa mucho. A la noche -por ejemplo- con todo el peso del día, del trabajo, de los infortunios encima, hay un momento exacto que dura una milésima de segundo en donde podemos decidir si gritar o respirar, si empatizar o corregir; y eso nos lleva por caminos diferentes. 
En nuestras decisiones se esconde un poder que nos apaga o nos ilumina. Como cruzar la calle hablando por teléfono o no, como cerrar el cierre de la campera después de guardar el celular o no; como agarrar lo que no es de uno o no. Pequeñas enormes decisiones que tomamos en el transcurrir de cada día. Somos nuestras decisiones. 
Post Anterior Siguiente Post

Quizás también te guste

sin comentarios aún

Dejame tu comentario