#MartesDeRelato

MUCHAS MAMÁS EN UNA

Pareciera que va cabizbajo y pensativo al jardín, con su mochila a cuestas, pero va seguro y decidido. En esa mochila pusimos una muda de ropa, por si ocurre algún accidente, y un chupete extra, por si en algún momento lo llegara a necesitar. Aunque después me digan que estuvo bien, que nada hizo falta. Va creciendo, aunque a veces no lo quiera ver, y lo que ayer necesitaba hoy ya no lo necesita más. Golpe al corazón. De la noche a la mañana, sin preámbulos ni vueltas, así crecen los niños. ¿Por qué será que, a veces, nos duele? Como si cada día estuvieran un poquito más lejos, como si a cada rato sintiéramos que nos van necesitando menos. Como si cada mañana se despertaran más independientes y nosotras no tan indispensables para ellos. Eso duele, a veces. Me sorprende que no quiera ir de la mano, que no llore cuando lo dejo en el jardín ni me estire sus brazos para venir conmigo. También me sorprende que sea tan distinto a su hermano, con el que siempre tuvimos largas adaptaciones. Con él es diferente. Ni mejor ni peor. Quizá sean los ecos de ser segundo. O será una cuestión de personalidad. Me hace un «choque los cinco», me tira un beso volador y soy yo la que quisiera quedarme un rato más, acompañándolo. Me quedo esperando, por las dudas, pero él ya se olvidó de mí. ¿Por qué lo siento como una piña en la mandíbula? Contradicciones inexplicables de maternidad.

Pienso que aunque compartan panza, sangre, padre y madre, nuestros hijos no siempre se parecen entre sí, como tampoco se parece nuestra manera de maternar ni lo que ellos necesitan de nosotras. Siempre digo que podemos ser primerizas con un segundo, o con un tercero. Creemos poder prever, estamos convencidas de que que tenemos el camino allanado y que podemos adelantarnos a los acontecimientos, pero después te das cuenta de que todo puede ser diferente, o no. Los une un lazo de los más fuertes que existen, pero no nacen con el mismo molde, y eso me gusta. Porque me obliga a reinventarme, a desplegar diferentes tácticas y estrategias, a empezar de cero con cada hijo. Después de todo, ellos se lo merecen. Una madre que aprenda a la par de ellos, con ellos y de ellos. Que se sorprenda aunque ya lo haya vivido con otro hijo. Seguramente lo vivió, pero diferente. Con cada uno la historia es otra. Está bueno que cada uno tenga su propia historia y no pretender ser la misma mamá con uno y con otro. Es que con uno hubo llantos desgarradores y semanas largas de espera del otro lado de la puerta del jardín, él en cambio avanza a paso firme, sin mirar atrás. ¿No era esto lo que quería, acaso? Su hermano dejó el chupete por motus propio antes de cumplir un año. Un día lo escupió y no lo quiso nunca más. Me ahorré tener que leer libros por este asunto o pedir consejos a mamás más experimentadas, no tuvimos que ir a regalarle los chupetes a los terneritos ni hubo que enseñarle a dormir sin su objeto de apego. Él, en cambio, no piensa dejarlo. Y yo no pienso sacárselo, confío en que lo hará solo, cuando esté listo.

Detalles pequeños o grandes que nos van mostrando que cada hijo es único como lo son también sus necesidades. Con dos hijos aprendo a reinventar la maternidad a través de las emociones y de los ojos de cada uno. Aprendo todos los días a no comparar, a poner en práctica el sentido común pero también el sentido de la justicia, para que nunca ninguno salga perjudicado. Cada uno es como es, y cada uno es maravilloso así como es. Esto intento contárselos, todos los días. Aprendo a ser una mamá con uno y otra mamá con otro. A ser muchas mamás en una.

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