#MartesDeRelato

UNA BALADA, ALGO DE CUMBIA Y MUCHO ROCK

Mañana se cumplen seis meses de esta conga. A veces bailamos lentos románticos y chapamos a lo loco; otras esto se parece más a un reggaetón, intenso pero divertido. Hay días que es como un tango lleno de pisotones y otros que parecemos todos unos locos bailando en una fiesta electrónica donde no queda otra que fluir con ese ritmo repetitivo y agotador, de luces que se prenden y se apagan sin cesar. 

Alguna vez escribí que el segundo me obligó a amigarme con la imperfección y a entender que no se puede controlar todo, siempre. Y que no pasa nada. También conté que con el tercero, la imperfección y yo somos tan íntimas que nos contamos todo y que la estructura flexible que había conseguido ahora directamente se desploma y cae haciendo un ruido estrepitoso. Adiós orden, prolijidad y control. Nos veremos otra vez. Al tercero no se le abrochan los botoncitos del body porque no hay tiempo, juega con juguetes sin pila simplemente porque es tercero y duerme con ruido porque no le queda otra que adaptarse al ritmo de una casa que ya latía mucho antes de que él empiece a latir. El tercero no se baña por primera vez cuando se le cae el ombligo sino cuando la madre puede, y no usa jabón de glicerina sin perfume porque se usa el que esté a mano y punto. Mucha de su ropa es heredada y con manchitas, apuesto que por una manzana rallada o por una gota de ese hierro-que-no-sale-con-nada. Usa toallitas y no óleo calcáreo porque ante todo la practicidad. Y, una vez más, no pasa nada. El tercero es el más fuerte de todos. No sé si porque ya nace con mocos o porque sabe que cuenta con dos socios de la vida con los que -si hago bien mi trabajo- estará unido para siempre. Con él la definición de puerperio se resignifica: no hay tiempo de lamentos ni de quejas. El tercero es como un nieto: hace lo que quiere. Goza de un lugar privilegiado en la cama grande y de un dedo pulgar que se chupa sin que le/me importe lo que opinen los demás. El tercero desarma, revoluciona, provoca, desordena, colapsa, demanda, altera, cachetea, espera, enseña a desdramatizar y a entender que la mayoría de los dramas son creados por mentes con demasiado tiempo para pensar. Me ubica en un lugar que oscila entre la experiencia, esa que allana caminos y que palmea espaldas, y otro de extrema y desbordada y amorosa entrega física y emocional. También de agradecimiento profundo.
El tercero dinamita cualquier dinámica familiar previa, prende fuego prejuicios propios y ajenos, y me muestra que es posible reírme allí donde antes lloraba. Me revela repleta de errores de los que me río sin pudor. Me confirma en contra de cualquier fundamentalismo materno y a favor de de que cada quien haga lo que pueda, porque eso ya es un montón. Esto es lo que más me gusta de esta versión de madre en la que me convierte: infinitamente más relajada, sin estructuras firmes ni tiempo para crear fantasmas que no existen; y disfrutando -con cada vocal y consonante de la palabra- de esta conga que a veces se transforma en balada y otras en cumbia, pero que muchas veces suena como el rock más pesado del rock nacional.
 
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