#MartesDeRelato

LA HIJA MUJER QUE NO TUVE

Hace dos años y medio escribía un relato que titulé La hija mujer que no tengo. Este relato se compartió en Facebook 45.091 veces, tuvo 37.000 «me gusta» y 8.500 comentarios. No es que venga a hacer alarde de los números; hace un tiempo que sé que los números no significan tanto como lo que sí significa lo que generes del otro lado. No fue mi opera prima porque no fue lo primero que escribí, pero sí fue un relato que cruzó fronteras y que hizo que mis letras se hicieran conocidas en lugares lejanos, como por ejemplo en las tierras mexicanas. Fue el relato que empujó a un blog recién nacido a que diera un salto para que mucha gente nueva y desconocida empezara a empatizar con sus palabras. No sé si es mi relato preferido, pero algo sucedió con él. O mejor dicho algo sucedió en toda esa gente que se detuvo a leer por algún motivo que desconozco. Pasaron los años y los relatos, y hoy vuelvo sobre el tema. Esta vez para escribir sobre esa hija mujer que no tuve.

Una hija mujer que no vino, tal vez porque jamás hubiera podido hacerle una trenza cosida a las 7.14 am antes de ir al colegio, un poco por estar dormida y otro poco porque soy un espanto haciendo trenzas cosidas. Haciendo manualidades, bah. Entonces me hubiera echado en cara que todas sus amigas van bien peinadas con colitas que salen de trenzas y que se abrochan con ganchitos. Todas cosas que yo no sé hacer de una manera decente. Si yo hubiera tenido una hija mujer la hubiera mandado al colegio en rodete y le hubiera enseñado a sacárselo, en el sentido profundo del término, desde chiquita. Para que aprenda desde niña que el #MeSacoElRodete tiene que ver con poder disfrutar. Este poder que se nos viene dado de fábrica y que los años, los mayores, las circunstancias o los dolores que se van sumando, lo erosionan hasta quedar chatito y cabizbajo.

Durante mi último embarazo la frase que más escuché fue que «la tercera es la vencida». Entonces, según este dicho, tenía que venir una mujer para ocupar ese espacio que estaba vacante, para tachar un pendiente, para cerrar un círculo, para suavizar mis penas, para florecer mis alegrías, para tranquilizar mis deseos o callar los ajenos. Me pregunto qué sabían todos ellos sobre mis deseos. También me pregunto porque los seres humanos insistimos -una y otra vez- en buscar algo más de todo lo que tenemos, para poder sentirnos a gusto. Ponemos el foco en la falta, la ausencia, la carencia, esperando que ocurra aquello que nos salve de nuestras propias miserias. Vivimos pendientes de lo que no tenemos y se nos olvida mirar todo lo que sí. Perseguimos eso que nos hace falta y nos perdemos de abrazar lo que nos tocó en suerte. Buscamos el error a lo que tenemos y nos acostumbramos a que lo normal es esperar que llegue otra cosa mejor. Esperar. Nos la pasamos esperando lo que viene en lugar de disfrutar lo que hay. Cierto que dijimos que el disfrute es uno de los dones que se no dan de fábrica y que después no encargamos de aniquilar.

«Es lo que hay», dicen algunos. Lo que hay es un montón si es que aprendemos a disfrutar, como le hubiera enseñado a esa hija mujer que no tuve mientras le hacía un rodete a las 7.14 am, explicándole un poco dormida que hay cosas tanto más importantes que una trenza cosida. Esa hija mujer que no tuve y que tampoco necesito para sentirme completa porque lo que me completa es lo que tengo. Seamos felices con los que nos toca, no porque sea fácil de hacer, sino porque un día nos vamos a despertar viejos, canosos y cansados, y entonces -quizás- ya sea demasiado tarde.

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