#MartesDeRelato

LA HORA MÁGICA

Con la llegada de la primavera el campo cambia de humor. Pasa del frío, la escarcha a la mañana y los arboles tristes y pelados, a ese frescor primaveral que acaricia y reconforta, que invita a pasar más tiempo afuera, observando a la naturaleza y su don de florecer y renovarse. Esto es lo que más me gusta de esta estación: su capacidad de reinventarse y de volver a nacer. Por estos días en que el frío se pone tímido y la temperatura se anima a levantarse, el campo ofrece su mejor perfil y por acá ya empezamos a disfrutarlo.

Son 3 los momentos del día que más me gustan en esta época:

* Las mañanas, cuando me despierto con el canto entusiasmado de las cotorras que anidan en la avenida de eucaliptos que hay atrás de casa. Al principio me parecían muy molestas porque desde temprano se ponen parlanchinas y más de una vez me han despertado antes de tiempo. Pero hoy abro los ojos y escucho con cariño su enérgico anuncio del comienzo de un nuevo día. Correr las cortinas y encontrarse con caballos y ovejas pastando, es una linda forma de arrancarlo.

*Las tardes, cuando el cielo se pone furioso y ofrece su natural paleta de colores. Tiempo de mate, juegos y caminatas para ver desde la primera fila la caída del sol. Todavía (y espero sea por siempre) me maravillo con los atardeceres y sus tonalidades. Hace poco tuve la suerte de disfrutarlos cerca del mar, pero el sol quedándose dormido sobre el verde del campo también tiene su encanto. Me gusta que los chicos vean este espectáculo, y trato de enseñarles que, aunque sea algo que se vea todos los días, los atardeceres son pura magia y misterio, como un cuento. Esto me lo inculcó mi mamá que, todavía hoy, en las tardes de verano en el campo, se acerca a la tranquera y se pasa varios minutos contemplando a un sol que se va.

*Las noches en nuestro backyard y sus lucecitas de colores. En un jardincito que tenemos atrás, con vista a la avenida de eucaliptos que les conté más arriba, pusimos luces de colores, mesas, sillas y la infaltable parrilla. Punto de encuentro con amigos, escenario de charlas, asados para dos o para más, pizzas a la parrilla, cerveza y  música… Me encanta este espacio que construimos y que con las noches primaverales volveremos a aprovechar.

Florece la primavera y florecemos también nosotros. Y entonces me alegro de vivir donde vivo. De despertarme cada mañana con el canto de las cotorras y no con el timbre de un despertador; de la suerte que tengo de poder despedir de cerca al sol (y a ese pajarito que en la foto iba volando) cada tarde; y de lo bien que me hacen estas noches primaverales y las lucecitas de colores en el jardincito de atrás.

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