Muchas veces escuché que los hijos son capaces de anunciar los embarazos de sus madres, aún sin saberlo. Siempre me pareció una construcción romántica y rosa de la maternidad, como tantas otras. Pero una noche de marzo sucedió lo inesperado: mis hijos me dijeron -sin decirlo- que alguien venía en camino.
Un despertar nocturno, varias líneas de fiebre, un abrazo y un par de lágrimas. Un termómetro, 6 o 7 besos, una mudanza en puerta y un primer grado recién empezado. Mil emociones. Una frase que me llama la atención, un gesto sobre mi panza y un hijo que se queda dormido ahí, con la cabeza apoyada en mi ombligo. Un hermano menor que no duerme más de dos horas de corrido. Pero si estábamos en una buena racha. Algo le pasa. Llanto desconsolado, congoja, una madre desconcertada y dos hijos que se duermen sobre su panza. Esa noche, sólo se duermen sobre su panza. En un cajón del baño, al fondo, justo al lado del cepillo y cerca del quita esmalte, todavía en una bolsa, descansa un test de embarazo que compré porque «me siento rara». Capaz estoy cansada. Debe ser eso.
Quizás no, pero quizás sí. Hay mensajes que no están compuestos por letras o palabras. No hay frases, no hay verbos ni predicados. En estos mensajes -en vez- hay miradas y actitudes, hay gestos y expresiones. Lo no verbal, a veces, dice tanto más que lo que se cuenta en palabras. La energía, las reacciones, los movimientos esconden mensajes. Con mis dos hijos durmiendo arriba mío, en medio de la oscuridad de una noche de verano, recibí su mensaje. Y cuando a la mañana siguiente, por fin, me decidí a abrir ese test, de a poco empecé a entender. Me lo hice porque lo había comprado, no son baratos estos tests ¿viste? Más vale hacérmelo y hacer valer cada peso que dejé ahí. Pero en realidad yo ya sabía la respuesta. Ellos me la habían anticipado.
No sabría con qué comparar esos minutos previos a tener una respuesta que puede cambiarte, una vez más, la vida. Ese mensaje no verbal que marca el inicio de algo nuevo. Es como estar subida arriba de un samba descontrolado y el pibe que lo maneja está borracho. Adrenalina, emoción, incertidumbre. Ansiedad, miedo, dudas. Nudo en la garganta. Manos torpes, corazón rápido y muchas ilusiones. Y de pronto se pinta una rayita. No escuchás nada, estás en un mundo paralelo. Los segundos parecen minutos, y los minutos parecen horas. Y entonces se dibuja otra raya de color. Esa línea que marca un antes y un después. Ese mensaje no verbal que cambia -otra vez- tu vida.
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