¿Está mal que una mamá se pinte la boca, se ponga un vestido apretado y se tome un trago, o dos, si tiene ganas? ¿Está mal que se vaya de viaje sin su marido y sus hijos? Con estas compañeras de sangre, y con la madre que nos parió, me voy a subir a un avión, chocha de la vida y sin culpa. Y quizá me tome un trago, o dos. ¿Por qué algunos asocian la maternidad con el olvido de una misma? ¿Acaso una mamá es una señora un poco desalineada, de jogging y rodete, que no tiene derecho a salir sola, a ponerse linda y a tener deseos que nada tengan que ver con la maternidad? Una vez alguien me cuestionó la vestimenta «porque sos madre, recatate» y otra vez me miraron raro cuando pedí mi segunda caiporoska en una fiesta «porque mañana tenés hijos a quienes cuidar». Hay algo de todo esto que no está bien, que no me gusta, que me hace ruido.
Creo que lo peor que puede hacer una madre es olvidarse de ella misma, de lo que era antes de tener hijos, de sus aspiraciones e inquietudes, y destinar su vida al único rol de ser mamá. Tenemos muchas otras versiones, muchas otras facetas y roles que, si bien pueden quedar relegados en un primer momento, tarde o temprano deberían salir a la luz, sacarles el polvo y florecer. Si esto no pasa, en algún momento, empezamos a marchitarnos, a desencantarnos, a frustrarnos y a proyectar esas frustraciones propias en los demás. Somos madres, sí, pero también y, mucho antes, somos mujeres. Como mujer quiero sacarme la remera vomitada por mi hijo y ponerme otra con un poco de escote, quiero soltarme el rodete y revolear la melena, quiero usar la cabeza, hablar de cosas que no tengan que ver con mamaderas y pañales, quiero salir al mundo, trabajar, tener proyectos, salir a buscarlos, divertirme y ser interesante para mí y, porqué no, para mi marido también. Mi rol de madre no anula mi rol de mujer, en todo caso se potencia. En algún momento sentí la necesidad imperiosa de sacarme de encima los kilos que me quedaron del embarazo y recuperar mi cuerpo, irme de casa a hacer cosas mías, depositar mis energías en otra cosa que no fueran mis hijos, sacar el freno de mano y poner primera. También poner sal y pimienta. La maternidad no debería achatarnos porque en algún momento empieza a pesar y deja de ser disfrutable. Somos madres, pero también podemos ser exitosas, ponernos lindas, estar en forma, zambullirnos en un vestido apretado y pintarnos la boca de rojo pasión. Ser felices más allá de nuestros hijos y que ellos sepan que pueden ser felices más allá de nosotras. Ser alguien más allá de ellos y no sentir culpa por eso, es un alivio. Nos da alas y también se las da a ellos. ¿No es eso lo que queremos? Todas nuestras versiones pueden convivir armoniosamente, es sólo cuestión de querer hacerlo, de encontrar el equilibrio. Por nosotras y también por quienes nos rodean.
Entonces, guardo en un cajón bajo llave a #LaCulpaMeHaceBullying. Porque la culpa me pesa, me confunde, me da dolor en el pecho, me hace dudar. Y así me embarco más liviana en esta ´casi experiencia religiosa´ de irme de viaje con estas mujeres, sin hijos y sin marido. Por algunos días, mi rol de hija y de hermana será el más importante. Voy a volver a dormir con ellas, como en las viejas épocas y vamos a correr a elegir la mejor cama, como en las viejas épocas. Seguramente gane yo, como en las viejas épocas. Nos vamos a poner lindas y vamos a ir a por unos tragos. Me voy a reír fuerte y voy a volver con una valija cargada de cosas pero, también, con el humor renovado, la paciencia recargada y el cuerpo descansado. Lista para abrazar a mis otras versiones, que seguro me estén esperando con los brazos abiertos. Porque si nosotras tenemos alas, ellos también.
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