#MartesDeRelato

Pierdo todo. El pelo, también.

Sierra de la Ventana, año 1995, viaje de egresadas de septimo grado. Rebelde, algo agrandada, tengo ganas de teñirme el pelo de rojo caramelo de frutilla pero mi mamá no me deja. Quiero ser pelirroja. Bueno, me fui por las ramas. El cuento es que en ese viaje, de carpas, fogones y niñas adolesciendo, me olvido en la punta de una montaña mi mochila, con mi máquina de fotos y mi cantimplora. Me doy cuenta una vez que estoy abajo y cuando me doy vuelta veo la cima tan alta que desisto en volver. En aquél entonces no lo sabía, pero esta historia mínima marcaría el comienzo de una relación tensa y pasional con «los olvidos», que llegaría a su climax muchos años después, siendo madre de tres.

Tengo la teoría de que, así como la maternidad es como un sacapuntas de virtudes, también tiene el poder -cruel, insólito e inapelable- de anular neuronas, aunque insistamos en disimularlo. Todos se dan cuenta de que no pensás igual que antes. No quiero decir «matar neuronas» porque tal vez sea un tanto catastrófico, pero entre nos, es así: confieso que tengo un par de neuronas menos en funcionamiento que aquél día fatídico de 1995.

Nací despistada y con rodete, los años acentuaron esta tendencia y con hijos soy «Miss Olvido». Hace algunos días viajé en barco y me olvidé mi mochila en la cinta antes de embarcar. Seguí caminando mientras manejaba el cochecito hasta que hubo algo que me hizo ruido. ¿Por qué demonios tengo la espalda tan ligera si hace años que no viajo ligera? Cuando volví sobre mis pasos a reclamar mis pertenencias, la mujer policía, con un rodete engominado perfectamente atado (ni un pelito se le escapaba) y su boca escandalosamente roja y prolijamente pintada, me miró con el ceño fruncido, de arriba para abajo y de abajo para arriba. No tengo el don de leer pensamientos pero sé que me insultó para sus adentros. Quise explicarle que no duermo y estuve cerca de preguntarle si tenía hijos, por todo el asunto de las neuronas y eso, pero en vez supe callar, agarrar lo mio, sonreír amablemente y huir.

Pierdo el celular 27 veces por día, apoyo cosas en lugares insólitos como la pasta de dientes en el cajón de los corpiños y el frasco de café en la heladera. Me olvido de llevar pañales cuando salgo con mi bebé. Básico, Mercedes. Pañales. Pierdo cosas: el pelo cuando me baño y las neuronas a más hijos. Tomo el recaudo de anotar las cosas apenas se me vienen a la mente o de hacerlas inmediatamente. Es que el «después lo hago» no funciona más. Está comprobado. Pero a veces no alcanza. No encuentro el auto porque no sé dónde lo dejé estacionado y me sigo perdiendo en las rotondas porque la gallega del GPS me habla y me confunde. También sigo desorientándome a la salida del subte y a mí los mapas en vez de ayudarme me dan ganas de llorar. No sé si es que nací despistada o si es una mezcla de esto con las neuronas marchitas, esas que pasan a mejor vida con la maternidad. Lo alentador es que aún no me olvidé un hijo en ningún lado. Eso -para mí- es un montón.

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1 Comentario

  • Comentar Maria Graziani 11 septiembre, 2019 at 01:01

    Hoy mi hija de 7 volvio del colegio diciendome que en su jogging habia algo q la pinchaba hace dos dias y que hoy habia podido agarrar el pinche
    Era una aguja q aun seguia atada al hilo que use para cocerle un agujerito! ????????‍♀️
    Este tercer hijo se llevo las ultimas neuronas q me quedaban

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