Quiero que sepan lo afortunados que son de tener un lugar verde y lindo a donde escaparse estas vacaciones de invierno. De no tener que meterse en lugares llenos de gente, hacer colas largas y pagar para ver un espectáculo. De a poco se van dando cuenta de que el verdadero espectáculo lo tienen en frente de sus narices, un poco coloradas y frías, de tanto andar afuera. Yo también tengo suerte de no tener que preguntarme «qué hago con los chicos en estas vacaciones», sólo tengo que abrir la puerta y entonces ellos SON.
Quiero que sepan que son afortunados de comerse las mandarinas que ellos mismos sacan de los árboles y de tomarse la sopa de las calabazas que brotan de esta misma tierra. Que ese huevo frito es el mismo que juntaron del gallinero y que los buñuelitos de acelga que están cocinándose ahora mismo se hacen con esa planta que crece en la huerta, atrás de casa. También quiero contarles que los labios paspados son heridas valientes y que las manos llenas de tierra son las huellas felices de haber pasado un buen rato.
La noche asoma temprano y la oscuridad es la única capaz de mandarlos adentro, cansados y con las botas embarradas, pero con el corazón contento. Quiero que sepan que lo que sienten cada noche cuando entran a casa se llama felicidad. Creo que ya lo saben.
sin comentarios aún